22.618

Vivir toda la vida en el mismo país tiene sus desventajas. Una de ellas es perder la perspectiva. Y no me refiero a pensar que lo tuyo es lo mejor o a desconocer cómo se vive ahí fuera, que también, sino a perder la perspectiva de que haces cosas que para ti son normales, y para los de ahí fuera son asombrosas.


A veces ocurre. Estás hablando sobre algo con alguna persona de fuera y, de pronto, te interrumpe sobresaltado. ¿Cómo? ¿Que hacéis qué? Y tú, por unos momentos, te extrañas. ¿Qué le pasa a este tipo? Y después, al cabo de unos segundos, empiezas a comprender, ayudado por la boba sonrisa de sorpresa de tu oyente, que, si lo piensas, eso que te parece tan normal, no lo es. Ni mucho menos. Y es una sensación agradable. Y lo cuentas con más entusiasmo. Y te detienes en los detalles. E incluso, llegas a presumir de que, en donde tú vives, efectivamente se hace eso. Y desde ese momento, lo luces. Luces lo que hasta, hace unos segundos, era algo normal y, por lo tanto, descuidado y olvidado por tu atención.

Se llama orgullo. Hay quien lo ha llegado a llamar nacionalismo.

Por razones que no vienen al caso, hace un mes estuve en la presentación oficial de la Lotería de Navidad. Dijeron ellos que cada español se gastaría una media de 60 euros en lotería. Esto fue un dato que hizo levantar la voz a la persona a quien se lo conté, que no es de aquí cerca. Su asombro fue el mío, y me percaté, en ese momento, que estaba contándole algo distinto, algo extraordinario. Entonces profundicé. «Aquí, cuando alguien compra lorería en su trabajo…» «¿¿En el trabajo??». «Sí, sí. Aquí se vende Lotería de Navidad en todas partes: en el trabajo, en el bar que frecuentas…»- «¿El bar que frecuentas?». «Sí, sí. Aquí la gente suele ir al bar, sobre todo la gente más mayor. Tiene su bar. En fin, que si compras lotería en tu bar, en tu curro, en tu peña del equipo de fútbol, en tu asociación, en tu familia, etcétera… la gente que te rodea se ve obligado a ello. Le puede la presión». Esta persona me escuchaba sonriendo de satisfacción por la historia tan extraordinaria que oía.

Al volver de la presentación de la lotería, una amiga, de broma, me preguntó si habían dicho el número que iba a salir premiado. Le dije que sí, el 22.618. A los dos días mi amiga, que es de Lugo, me sijo si ya había comprado. ¿El qué?, le pregunté. El 22.618, me dijo. Toca fijo. Mosqueado ya en lo que algunos amigos míos definen como ‘gallegada’ y otros, una vez más y con algún ingrediente más, como ‘nacionalismo’, miré dónde se vendía tal número. ¿Adivinan? En mi calle. A dos portales de mi casa. La gallegada creció incontrolada e incontrolable. Mi oyente alucina ya a estas alturas de la historia. Mi amiga de Lugo ve la señal tan clara como yo y alimenta los nervios. «Ese número no queda, es muy atractivo. Voló», me dice la señora de la administración. Más nervios. Muchos más. Llamo a Vitoria. Tampoco queda ahí. Sólo quedan 20 cupones en Abadiano, pueblo de Vizcaya. ¿Los mandan? No. ¿Abadiano has dicho? Otra amiga. Voy a una casa rural a ese pueblo mañana. La gallegada va a explotar. Las señales se acumulan. En pocos segudos quiere comprar todo el mundo que está alrededor. Una chica pide uno para su madre, que está al teléfono y ha escuchado el asunto. La gente está nerviosa. Hay quien no tiene dinero, quien no quiere comprar más. Pero claro, tiene que comprar. Está todo el mundo comprando. ¿Me quedo sin comprar yo? Está clarísimo. No debe ser tan lógico porque a estas alturas mi oyente no sale de su asombro: «estáis locos».

Puede ser. Para nosotros es de lo más normal.

Para mi y para mis amigos es de lo más normal tomarnos un vaso de licor café y degustarlo. Para mi amigo Fran, de Jaén, supuso un mal trago literal. Una severa tos trataba de decirnos algo así como, «cómo podéis beber esto…»

Perspectiva supongo. Es lo que te hace comprender lo que tienes y, por lo tanto, empezar a cuidarlo y, sobre todo, a saborearlo.

Orgullo. Sin que nada ni nadie lo pise. Sin que nuevas formas de avanzar nos quieran dejar por el camino. Orgullo de lo que tenemos y orgullo de lo que somos. Porque es extraordinario.

Por cierto, no me tocó un pavo. Claro.

22.618

Un comentario en “22.618

  1. Te daré caña, pequeño Vaclavat. Así que dame motivos. Pior los tiempos en que los entrenos de aquel gran equipo eran además una tertulia rica en matices sobre polñitica, filosofía, cine, música y, por supuesto, drogasesoyrocanrol, neno…

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